Hace unos
meses estuve de compras, siempre contra mi voluntad, en un comercio conocido
cuyo nombre no mencionaré no por pudor sino porque no es en absoluto el único
culpable de lo que diré a continuación. La idea del episodio que allí viví ha
estado incubándose dentro de mi estómago como si de un virus se tratase hasta
que he decidido vomitarlo aquí, disculpen la falta de sutileza.
Resulta que el
primer paseo lo di por la sección de ropa de hombre y después, brevemente,
estuve por la zona de mujer. La comparación es algo odioso dicen, pero lo es
tanto como inevitable. En el área de moda masculina la ropa era a mi juicio
mucho más aburrida, sin embargo al llegar al apartado de camisetas quedé
maravillada con una enorme colección de ellas con estampados maravillosos. Más
allá de los típicos letreros con nombres de playas californianas o del
Pacífico, más allá de las fotos de palmeras y largas carreteras junto al mar,
más allá de los rascacielos neoyorquinos se encontraba una tierra maravillosa
llena de viñetas de cómics de Marvel, letreros de Star Wars, gráficos de
videojuego y elementos varios de la divina cultura pop. Paseé encantada entre
ellas mirando de reojo a mi acompañante y preguntándome si aquel mundo que se
me antojaba equiparable a la tierra prometida le resultaría tan atractivo como
a mí. Por primera vez en mi vida deseé ser hombre, aunque he de decir que fue
solo un momento.
Después, llena
de esperanza, me dirigí a la sección de mujer, aún no había desaparecido el
brillo de la felicidad de mis ojos. Lo que vi allí me hizo enfurecer y perder
la poca fe en la humanidad que me quedaba (es broma… ya no me quedaba). Era como haber cruzado el abismo para pasar
del cielo al infierno al atravesar un pasillo. Encontré una amplia variedad de
formas y estampados como los que comentaré a continuación, todos ellos
inundados de lentejuelas, tachuelas brillantes y colores pastel. Hallé un
catálogo terrible de mensajes de automotivación como los archiconocidos “love
yourself” o “smile”, más palmeras pero estas con sonrisa, atardeceres y más
playas californianas. Un par de camisetas algo más rompedoras en sus mensajes
(como si un “rock on” fuese suficiente tras haber conocido el paraíso) luchaban
por sobrevivir debajo de toda la purpurina que trataba de adaptar sus frases al
“gusto femenino”.
Parecía que
para que una mujer se quisiera tenía que aprobarlo su camiseta mientras los
hombres podían llevar toda clase de imágenes impactantes o simplemente capaces
de satisfacer las inquietudes de vestuario de lo que llamamos un “friki”, entre
los que por cierto me incluyo orgullosamente. Enfadada comencé a pulular por
los pasillos de moda femenina mientras en voz alta comentaba a mi acompañante
el motivo de mi disgusto. Para mi sorpresa una chica salió de detrás de
una de las perchas y aplaudió
(verbalmente) mi enfado, iba acompañada de su novio, que por cierto llevaba una
camiseta de Spiderman mientras que la de ella era estampada con colores y formas geométricas, según
parece porque no había tenido otra opción.
La chica añadió
a la protesta el problema de las tallas, me enseñó sobre el terreno que la
mayor parte de ellas eran muy pequeñas. Concretamente encontré una en la que la
talla más grande apenas le entraría a una Barbie en la que rezaba la frase
“Obsesionada con las patatas fritas”, como si alguien que haya olido siquiera
una patata frita en su vida pudiese meterse dentro de esa camiseta.
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