Me gusta el sonido del viento entre las hojas de los árboles sobre todo cuando son pinos, beber agua recién levantada, las conversaciones largas con gente interesante y me gusta llevar bata. Y no es que sea una psicópata ni el protagonista de El gran Lebowski, me encanta llevar bata en casa como un secreto ritual que pocos pueden ver.
La bata
se encuentra a caballo entre la sofisticación más absoluta y la desgana de
quien elige para sí vivir en pijama. Esa prenda que tiene la capacidad de hacer
a cualquier ser humano sentirse un noble inglés puede también ser sinónimo de
dejadez. La diferencia puede hallarse en el estilo de la bata, en la persona
que la lleva o incluso en la actitud con la que se viste. Podemos afirmar que
en este caso está lejos de tratarse de un asunto meramente geográfico o
temporal: la bata presenta la misma dualidad entre señoras del mismo barrio y
lo ha hecho siempre. Por si la variable temporal no queda lo bastante clara expondré
aquí otro ejemplo igualmente mundano pero más evidente en el que sí ha influido
el tiempo. Me refiero al gotelé. Hace años ese salpicón aleatorio en la pared
era una moda y su presencia en una casa servía de orgullo a sus moradores
mientras que ahora, salvo excepciones, el estatus social asociado al gotelé ha
caído a la altura del betún. Es algo anticuado que solo pervive en los hogares
de los que no pueden quitarlo (tengo gotelé en casa, sé lo que digo). Pues
bien, eso no sucede con las batas. Antes y ahora la doble vida de la bata se ha
mantenido en el tiempo.
Un objeto como este cuenta con una preciosa mitología propia. Se asocia a lo más popular a la vez que se envuelve de raso brillante para subir a los altares de Hollywood. Hay batas famosas, batines inseparables de un sillón orejero y alguna otra, como la bata-manta, tan ligada a la cultura actual que todos sonríen al oír su nombre.
Como
gran amante de esta vestimenta doméstica apasionante guardo en el armario
algunas de invierno y otras de verano. Las primeras tienen como principal
objetivo abrigar durante el frío y son afelpadas como una gigantesca piel de
peluche desollado (perdón por la imagen). Las de verano por su parte son mucho
más vanas y presumidas, bellas aunque mucho menos útiles. Sin embargo hay pocas
cosas más útiles que la belleza cuando el corazón está herido así que no
despreciaré la vacía hermosura de mis batas de verano.
Vivo en
una ciudad en la que el verano es riguroso, tanto que entre junio y septiembre el
sentimiento de orgullo por mi tierra sufre un extraño fenómeno de conversión y
a ratos me siento apátrida. Pero a pesar de todo en la percha de mi cuarto
siempre hay una bata esperando una tonta noche de verano en que una brisa haga
estremecerse la piel y buscar el suave calor de su tela. Tal vez incluso, allí
colgada, aguarda el momento en que alguna situación apremiante me obligue a
recurrir a ella para tapar aquello que la ropa normal tardaría demasiado en
cubrir.
Ahora
bien, más allá de la belleza y la utilidad de las batas quiero plantear una
pregunta que me inquieta más de lo que quisiera reconocer: ¿por qué hay batas
sin bolsillos pero todos mis albornoces tienen dos?
Cuando
uno está por casa sin ninguna intención de salir recoge cosas que tiene que llevar
de una habitación a otra, guarda un pañuelo que siempre viene bien tener cerca porque
la vida es sueño pero también pesadilla o sencillamente descansa las manos un
rato. Pero, ¿cuántas veces han necesitado guardar algo nada más salir de la
ducha? Mi respuesta es nunca. Pues entre mi orgullosa colección de batas puedo
contar al menos tres que no tienen un triste bolsillo y ni un solo albornoz al
que le fáltenlos suyos. Es tarde y estas son las cuestiones que no me dejan
dormir por las noches (y otras menores como el insomnio). Y es que como decía
es muy necesario llevar un pañuelo porque en cualquier momento una se siente
incompleta como una bata sin bolsillos, absurda como un albornoz con un par de
ellos o incluso obsoleta como el gotelé.
Qué nunca nos falten las buenas conversaciones interesantes, ni las batas absurdas!! amiga :)
ResponderEliminarAmén. Incluso, si me apuras, las conversaciones en bata.
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