Acerca de la tendencia grupal

Paseando por las calles de mi barrio con la mirada siempre en guardia en busca de nuevos temas analizables, encuentro un grupo de jóvenes en medio de una tremenda crisis, tan grave que será el tema más destacado de la próxima cumbre de líderes europeos y que, probablemente, haya llegado ya a oídos del presidente de los omnipotentes Estados Unidos. Al menos eso piensan ellos.

Esta es una entrada a algo que todos hemos vivido con mayor o menor intensidad a lo largo de nuestra adolescencia (algunos a lo largo de sus crisis adultas, no juzgo a nadie) como es la tendencia grupal. Definiría este término como la necesidad imperiosa de pertenecer a un grupo cuya mentalidad general (¡¡y única!!) supone la ley inquebrantable. Consiste en paliar la falta de personalidad propia a través de la identificación grupal. Si entramos a analizar esta unidad "irrompible" y sagrada podremos deducir rápidamente unos marcados roles que se dan en cualquier grupo adolescente que se precie (aunque en algunos más que en otros). El primer elemento, en todos los sentidos, a analizar es el líder de la manada, el dios, que habitualmente se ha autoproclamado alegando tener ciertas dotes de mando que los demás no suelen molestarse en cuestionar. Esta persona solo habrá sido elegido según sagrados rituales de iniciación tribales de la más antigua tradición si se trata de un grupo plenamente masculino (sí, me refiero a peleas y ristras de collejas que declaran líder al más fuerte). En otros casos, suele tratarse de alguien que tiene una situación familiar cómoda y unos progenitores extremadamente permisivos, ya que esto permite que pueda organizar lo que le venga en gana como le venga en gana. Entre los demás papeles a elegir se encuentran las copias del líder, los bufones de la corte y el relleno o lastre, la característica común entre estos personajes es que ninguno es consciente de su papel y lo negaría en la mayoría de los casos.

Todos han de tener un mismo pensamiento, lo cual es una norma no escrita del código de comportamiento del grupo, en algunos estas normas no escritas llegan a redactarse dándose así un terrible caso de infantilismo agudo que debe ser tratado por un profesional. Estos estatutos, ya sean escritos o no, deben grabarse a fuego en la mentalidad de todos y cada uno de los miembros de la manada, de lo contrario los rebeldes sufrirán las consecuencias (que obviamente el grupo deberá decidir en asamblea). Otro de estos preceptos es la exclusividad de los miembros que solo podrán relacionarse con los demás o con personas que hayan sido debidamente analizadas y aceptadas por el grupo, especialmente por el líder. Todo aquel que ose oponerse a la mentalidad grupal sera crucificado y tachado de leproso, y en el peor de los casos será víctima del vacío absoluto de parte de todos los miembros. Igualmente, cualquiera que a pesar de esta sagrada sentencia se rebaje a relacionarse con los leprosos será también condenado. Solo podrán ser readmitidos en la manada en el caso de que pasen por una vista organizada por el grupo (que como los clientes siempre tiene la razón), similar al tribunal de la Inquisición,  en la que habrá de arrepentirse y jurar eterna lealtad al grupo y sus normas.

La característica más importante y definitiva de este sistema de asociación adolescente no es otra que el infantilismo que antes mencionábamos. Esta dinámica retrasa el desarrollo personal e individual de cada uno de sus componentes, estancados en un juego de rol infantil aferrándose a la inmadurez como si fuese un tesoro.

Si tú, lector, perteneces a uno de estos grupos y no se parece a este, tienes muchas suerte. Si te sientes identificado con mis palabras, yo en tu lugar rompería por lo sano y saldría de esa compleja telaraña envolvente por mi propio pie. Claro está que si es tu caso nunca harás caso de mis palabras y correrás a tu grupo a refugiarte tras diversas mofas hacia mi absurda visión de esa fantástica realidad adolescente que es el grupo.

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