Fugacidad y pegamento

La fugacidad es algo innegable incluso para aquellos que han logrado marcharse dejando un legado sobre la tierra. Lo fugaz es nuestra vida y, a otras escalas, la vida de nuestro planeta. Todos hemos temido en algún momento a este factor que nos arroja a los brazos fríos del despiadado sino y que supone un fin más o menos inminente, ya sea de nuestra vida, dicha, fortuna o vacaciones. Pero hoy hemos de admitir que somos un elemento fugaz del ciclo de la vida y que, de manera individual, no somos más que pequeñas motitas de polvo que perecerán sin remedio cuando la vida decida hacer limpieza, bajo el negro pañuelo de la muerte.

No por ello hay sin embargo que deprimirse porque la fugacidad también puede ser una invitación a la fiesta que nos ofrece el día a día. Sin embargo, no hay mayor representación de esta fugacidad que un bote de pegamento "extrafuerte", el llamado "Superglue" (superglú) por extensión de la conocida marca.

Estos pequeños botecitos que contienen un líquido capaz de curar todo lo roto como un milagroso bálsamo de Fierabrás se caracterizan por ser objetos de un solo uso. Si bien esta característica no esta reconocida oficialmente cualquiera puede darse cuenta de ello ya que, una vez liberado el mágico fluído, este mismo se encargará de sellar de nuevo el recipiente sin posibilidad de una nueva apertura. En este proceso nuestros dedos, cuidadosamente separados del líquido del demonio, se verán atraídos sin remedio hacia él para acabar fusionándose con el objeto pegado, con el bote o con otro de sus hermanos. Después la única solución para recuperar la autonomía e independencia de cada una de nuestras falanges es renunciar al pedazo de piel correspondiente. Una vez libres solo queda cerrar el tapón para que no se seque, lo cual es absurdo ya que aunque durase años sin secarse no podremos volver a utilizarlo.

En ocasiones el tapón logra liberarse del pegamento pero en ningún caso podremos volver a emplearlo ya que en este caso se encontrará seco cual uva pasa o se habrá rajado el bote a raíz de la presión ejercida para conseguir separar el tapón. En este supuesto nuestra orgullosa y triunfante mano, heroína que logró abrir el bote, está ya unida sin remedio al mismo para los restos. Y es que la característica más hermosa que ostenta este adhesivo es el "secado rápido", más fugacidad al canto.

Tras su experiencia con el bote de pegamento, el buen ciudadano y consumidor se siente estafado y engañado y decide acudir de nuevo a la tienda en busca de nuevas soluciones. Es entonces cuando un ángel de la adhesión se cruza en su camino: el pegamento extrafuerte con brocha. Este nuevo invento, fruto de la desesperación, no es más que un bote con las características de uno de corrector blanco (el llamado "típex") cuyo contenido es el mismo pegamento prodigioso. El tapón, de rosca, lleva incorporada una pequeña brocha de plástico que encaja a la perfección en una boquilla minúscula y, al cerrarlo, queda dentro del recipiente.

Por fin, el cliente encantado se dispone a utilizar su nueva adquisición. Extrae el tapón con la brocha, aplica el pegamento y contempla un instante su obra, extasiado. De nuevo vuelve a poner la brocha en su sitio, o lo intenta, porque el pegamento que quedó en la brocha ya se ha secado y la posición de su pelo impide la introducción del artefacto en el bote. El amable ciudadano agarra el bote y lo arroja donde hubiese arrojado el otro de haber podido despegárselo de la mano donde quedó pegado días atrás; a la papelera. La papelera, ¿qué mejor símbolo de la fugacidad?, el continente que alberga lo que ya no aporta nada a la vida y ha sido desechado por la misma, como nuestras vidas y nuestros botes de pegamento.

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