¿Cara o cruz?, la cruz de la cara

Empiezo mi segunda entrada tan indignada como comencé la primera. Estaba sacando trastos de mi bolso (que siempre está lleno de cosas aparentemente inútiles, que suelen serlo) y encontré una moneda de un euro española. Después de seguir indagando en el fantástico mundo del desorden organizado (sí, yo encuentro las cosas ahí, así que técnicamente no podemos decir que esté totalmente desordenado) hallé otra moneda, esta de diez céntimos. Las coloqué las dos encima de la mesa de mi cuarto y hice lo último que se le ocurre a alguien hacer con una moneda, analizarla. Estoy segura de que lo primero que se pasa por la cabeza es gastarla, después, tal vez guardarla o soltarla en algún  lugar para luego encontrarla y ser feliz (admitid que cuando se os olvida que sois dueños de esa moneda y la encontráis os embarga una felicidad de lo más boba que os hace sentiros dueños de un tesoro).

Pues bien, estaba fijándome en la cara de la moneda probablemente porque las cruces no dicen mucho. Y allí, mirando al infinito con sus ojos de metal (que debe ser lo único que aún no tiene en la realidad), estaba al rey Juan Carlos I con esas entradas en su regia testa sobre la que cabrían varios cientos de coronas. Nuestro gobernante, símbolo de la monarquía española.

En la otra moneda, mucho más pequeña e insignificante, observé la cara de una de las grandes figuras de nuestro país, el rostro de nuestro Miguel de Cervantes Saavedra, autor de una de las obras más relevantes de la literatura mundial y por supuesto, la más representativa de la española. Y me juego la cara, en este caso la mía,  a que más de un español harto de manosear tan ilustre cara entre sus manos no se ha dado cuenta  de quién era el caballero embutido en el cuello que aparece en la cara de su moneda. Sin embargo, sabemos todos que el rey aparece en las más grandes.

¿No es triste esta comparación? Estamos poniendo por encima a un señor que no hace sino ocupar un puesto que le ha dado su apellido y vive de él (y de lo tontos que somos todos, babeando por la tradición) siendo un parásito y viviendo a cuerpo de rey, nunca mejor dicho, a costa de su pueblo y dejando para la chatarra que no nos molestamos en recoger si cae al suelo a una figura que le ha dado a España algo de lo que enorgullecerse, un hito en la cultura. ¿Eso somos los españoles? ¿unos ciudadanos estancados en la tradición a los que la cultura les trae al fresco? desgraciadamente, es así en muchos casos. Nosotros que ponemos a El Manco de Lepanto por debajo de El Borbón Lisiado.

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